17 de Mayo de 2022
En el pasado, nuestra especie, trabajaba unas tres o cuatro horas diarias, y realizaba un trabajo integrado con la naturaleza en la que vivía como cazadores y recolectores. Realizábamos actividades con el objetivo de mantenernos vivos, y estas actividades eran parte de nuestra cultura de vida. Siendo así lo más probable que lo hayamos disfrutado desde lo individual y lo social. Cuánto más y mejor lo practicábamos, mejor subsistíamos y mejor éramos considerados por nuestros allegados sociales; y desde ya por nosotros mismos. Todo era un ciclo que parecería cerrar positivamente en sí mismo, éramos tanto más útiles como más atractivos para los demás y para nuestro Yo.
En la actualidad, recién cuando se tiene tiempo y dinero suficiente o una dosis en apariencias equivalente llamada “vacaciones”, se realizan este tipo de actividades: nos damos a la caza, vamos al río por un poco de pesca y a encender una fogata en alguna orilla. Acudimos a un bosque o a una playa para caminar, hacemos senderismo por el collado de una montaña y hasta desafiamos su cima; o navegamos por los ríos y mares sintiendo eso como algo que está muy bien, pero aun así resultándonos una aventura artificial y limitada. Tal vez resulta hasta más artificial cuando vamos tomando autofotos de nosotros y los paisajes para compartirlas en nuestras redes sociales.
La expectativa de vida aumentada pareciera ser algo que trajo la modernidad, pero muchos de nosotros tenemos un bisabuelo que desafiaría tranquilamente el tiempo con sus más de ciento y alguna decena de vueltas al sol. Ese es mi caso en particular, lo que me permitió siendo adolescente y ya consciente de muchas cosas observar a esa gente que llamaré con mucho amor; mis mayores.
Con recursos materiales inferiores a los actuales y con una cultura académica que no traspasaba del tercer grado de escuela primaria, mis mayores, eran capaces de escribir y de hablar un castellano impecabl, con sus propias manos cultivar en sus huertos, cuidar de sus árboles frutales, tener sus animales para la autoproducción de carne, huevos y leche; hornear su propio pan, hachar su propia leña; y por sobre todo ser poseedores de una lucidez de mente y alma que aún me deja sorprendido; y que no se compara ni por asomo a la que posee hoy día quién escribe.
Complementaban este desfile de recursos con una magra pensión o jubilación, como la de ahora o peor, pero a todas luces satisfaciendo desde todo punto de vista una vida material y emocional para sí mismos y para su familia. Como hombre de ciencia, porque a grandes verdades los de mi especie demandan grandes argumentos, me lo demuestro simplemente recordando sus cálidas sonrisas, sus lágrimas de alegría al ver llegar a un ser querido luego alguna ausencia, en la entonación y sentimiento de un “¡Buenos días! ¿Cómo ha amanecido?! Bien sentido, en sus historias; tan reales como repletas de simpleza, pragmatismo, experiencias buenas y no tan buenas, que podías imaginar y dar provecho y con la moraleja para que a partir desde allí edificaras tu propia vida.
Esto siempre me dio pié a pensar que algo mal estamos haciendo para involucionar de ser seres mucho más completos y felices, a no poder siquiera contar parte de esas historias por ni siquiera haberlas intentado vivir.
Estas historias me fueron contadas hace tan poco que aún ni siquiera son historias. No necesitamos remontarnos al paleolítico superior para ir por ellas, sino a la década del 90 del siglo XX de Argentina, cuando mientras alguno de los mandatarios más coloridos se paseaba en una Ferrari carmesí o prometía viajes espaciales desde un páramo desértico y desolado desde la hermosa Provincia de La Rioja.
En esas historias se destacaba que todo tenía una cierta armonía, un porqué útil. Verbigracia, una muy simple que posee emociones sencillas: el porqué del mate dulce o amargo. Mi bisabuelo, con total sencillez me explicó cuando tomaba uno u otro. Decía que el mate dulce le sirvió para mantener mejor el espíritu en el cuerpo cuando oficiaba de trashumante de ganado desde Argentina a Chile en la fría altura de los Andes, y que el mate amargo le resultaba más simple, barato y llevadero por un par de horas para acompañar la modesta merienda-cena y descanso posterior a un día de zafra de caña de azúcar; o tal vez simplemente estaba asqueado del dulce de tanto cortar caña. Y que ya en esa actualidad de hombre ya centenario, por la acidez prefería tomar mate dulce con yuyos que él cultivaba cerca de la acequia y de los malvones en el patio junto al aljibe.
Hoy en día me paro frente a ese aljibe de ladrillos irregulares junto al que charlábamos por horas y me sonroja observarnos como seres que piensan que tienen libertad de elegir y que utilizan esa libertad, y me sonrío cuando nos observo como seres polarizados entre el team mate amargo o el team mate dulce, o team montaña o team mar, o team invierno o team verano. Destacaré que cosas mucho más radicalizadas y polarizantes como el pro esto o anti aquello ni por asomo trataremos hoy aquí y tal vez nunca; al menos no de esa manera.
¿Por qué si para mis mayores lo que no era electivo se veía tan lleno de libertad?
¿Por qué para nosotros lo que a priori parece tan libre de elección, se siente tan restrictivo, limitado y limitante?
¿Por qué me nace por primero y último volver a esas charlas, caminatas o conversaciones a caballo infinitas antes que a las de con un coach, un jefe o conmigo mismo?
La respuesta la encuentro en la conexión verdadera, sincera y en como existen diferencias entre las personas que han recorrido el camino de La Verdad (puedes leer el artículo cuando gustes) y en las que no. Y seguramente la respuesta esté en una la suma de otras cuestiones más, pero seguramente bastante por estos lados anda.
Hoy día, amén de que seamos poseedores de una superficie de tierra comparable con el que contaban mis mayores (ni más ni menos que un terreno de 10 metros o 8,66 baras (como reza la escritura) y unas cuantas decenas de largo, o un poco de tiempo los fines de semana o un poco más de tiempo una vez al año; ni por asomo nos orientamos a repetir esas aventuras de vivir naturalmente. Nuestro interior es otro, por ende nuestro exterior también.
Nuestro core, nuestro mindset, nuestra capacidad de emocionarnos y por ende de vivir, y disfrutar lo vivido, de priorizar es otra. Es un código, un algoritmo que influye en nuestra "Inteligencia" “No Artificial” y que buscamos conducir y propagar sin dudarlo muchas veces a los Otros. Resultando en ambigüedades como pretender ser más productivos en nuestros procesos de trabajo y vida, cuando estamos a toda luz, haciendo lo imposible e inimaginable por resultar improductivos y enfermos realmente. Por sobre todo por la carencia de sustentabilidad emocional y física.
Tenemos muchos ejemplos de esto, verbigracia los trabajadores de la salud o los obreros, o los administrativos; estando aceptado que se cubran turnos excesivos en condiciones de marcado autoritarismo per sé; y condenados a repetir estas conductas tanto en la vida laboral como personal, la que es a la postre la misma. Así miles de otros ejemplos que podríamos citar, pero en todos encontraríamos el mismo patrón degenerativo en vez de constructivo.
La economía de consumo
En la edad media de Europa, los monarcas obligaban al pueblo a utilizar la moneda central, y quienes no las utilizaban sufrían carencias y consecuencias que inclusive podía incluir la pérdida de la vida misma. Luego, desde esta perspectiva europea y monetaria vino la época colonial dónde las potencias conseguían materias primas y mano de obra barata o esclava para la producción de bienes, que eran adquiridos con esta moneda central. Esto fue la antesala al consumismo actual y esquema capitalista moderno predominante, ya no solo en Europa sino en el mundo entero.
Cabe mencionar que este texto no tiene por objetivo discutir el sistema en sí directamente o mucho menos proponer reemplazarlo, sino observar el impacto de las conductas asociadas al trabajo y la actualidad, para que como profesionales y con nuestro deber de liderazgo podamos volver al último y mejor punto de equilibrio conocido, y así lograr sostenimiento en nuestras operaciones y consecuentemente en la vida de todos.
Cuando las colonias europeas se revelaron de los estados Europeos, el mecanismo de crecimiento de las potencias se vio obstaculizado. Y en la cultura del consumo se encontró la solución aparente a tal problema. En la actualidad las potencias han compartido estos beneficios con las compañías y con quienes concentran el Poder, y en este último, en otro artículo nos centraremos porque allí está la clave de muchas necesidades y oportunidades de mejora.
La publicidad. El primer y tal vez más importante eslabón de esa cadena. Parece ser el catalizador de esta economía, y mantiene en movimiento la rueda en la que estamos. Claramente es una herramienta que parece traer consigo muchas responsabilidades en su manual de usuario como consecuencias algo, de impacto.
Muchos de nosotros estamos en esa rueda o proyecto de producir y vender más y más mercancía en un aparente, porque sí. ¿Nos preguntamos cuánto de este proyecto destruye nuestro hogar, planeta y nuestras vidas? ¿Cuán sustentable es el mismo? ¿Cuánto estamos perdiendo por intentar ganar? Como profesionales o simplemente parte de ese ciclo son preguntas elementales que nos debemos hacer y responder, y actuar en consecuencia a esas respuestas. Y de esa manera ganar control de nuestras vidas y dar la posibilidad a quienes dependen de nosotros; sean estos empleados, subordinados, alumnos, hijos o hermanos, de hacer lo mismo. Encontrando ese equilibrio que sabemos que ha existido alguna vez hacer posible la continuidad de un todo. Porque somos nuestra genética pero también nuestras vivencias, actuar en esto es menester.
Me recuerdo niño cuando leí la frase acuñada por Benjamín Franklin que reza: “El tiempo es dinero” y me decía a mi mismo que implicaba algo así como que cuánto más rápidos seamos en lo que hacemos, más dinero podríamos ganar. Este concepto, así tal cuál, que comenzó con la productividad laboral se filtró en cada rincón de nuestra vida, tratamos de hacer cada vez más cosas en menos tiempo, con nuestros hijos, con nuestra pareja, con nuestros amigos, y con un número creciente de personas. El ocio mezclado con ansiedad y consumido con la mayor cantidad de gente posible en el menor tiempo posible. Aquí es dónde se ve que esta tendencia al burn-out no está limitada a una actividad o sector, este mal muchas veces llega a cada rincón de la vida que llevamos.
Cabe preguntarnos ¿Por qué nos comportamos de esta manera? ¿Por qué tenemos la tendencia de trabajar más y más, o bien hacer trabajar más y más a otros? Y ¿Por qué llevamos este concepto a otros ámbitos de nuestras vidas y las vidas de otros?
Claramente estos comportamientos compulsivos, electivos o no, nos llevan de seguro muy lejos de nuestra zona natural evolutiva de equilibrio.
Cuestión de dónde está el centro y las prioridades
La automatización de la era industrial, los robots, los mecanismos y el software o las inteligencias artificiales nacientes entre otras cosas; parecían prometer una era dónde asistirían a las personas para que estas dispusieran de más tiempo libre y más energías para utilizarlas como ellas quisieran. Es evidente que a nivel global, la automatización, no está siendo utilizada en este sentido; sino más bien para reemplazar mano de obra directa e indirecta de manera tal de así no aliviar la carga laboral, sino alivianar los costos.
Esto último, está directamente relacionado con las utilidades y pone en evidencia dónde se concentra la prioridad y el objetivo: en el dinero o capital. Es probable que desde la perspectiva tratada aquí, la humana misma, no resulte sustentable para nuestra ecología y psique. Y lamentablemente esto es algo a lo que se suma tanto un empresario al que le va muy bien como un conductor de Uber que trabaja 24x7 para lograr el sustento básico. La respuesta y solución a estos trastornos que fagocitan nuestra existencia cada segundo que transcurre; está en preguntarnos todos juntos sí: el fin es utilizar el capital para vivir o vivir para obtener ese capital.