Las historias que nos contamos
23 de Mayo de 2022
Tuve desde niño la fortuna de la claridad en algo muy sencillo; entender que somos al final de cuentas,
que somos las historias que nos contamos y no precisamente las que vivimos.
Con esto nunca pretendí reemplazar la realidad con la percepción que yo tuviese de ella,
muy por el contrario la respeto como tal. La realidad, absoluta y capaz de mantenerse por sí misma
perenne junto a sus aliados, las leyes de la física, la naturaleza en todo su concepción y tal vez algún
poder divino o superior que le haya sabido dar origen eones atrás; circunscripta dentro de este universo
determinístico en el que habita y habitamos todos nosotros.
Pero sí he sabido entender que mi interpretación de la realidad es la que me hace y define a mí mismo,
a mi vida. Mi capacidad a todas luces parcial, limitada y la manera de absorberla hasta mi interior eran las pocas,
pero indicadas herramientas con las que contaba y cuento para ser yo mismo, para contarme historias.
Tuve la enorme dicha de conocer a los que el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, llamaría como “los habladores” según
una de sus obras. En este caso era gente sencilla, gente de antes; abuelos, bisabuelos, propios y ajenos; y así mucha gente que
los sabía encontrar en los lugares que visitaba; pueblos, parajes solitarios, ciudades; personas anónimas que tenían muchas historias
para compartir. El tiempo seguramente se ha llevado físicamente a esas personas, o tal vez no, porque ser de alguna manera aún el
hogar para algunas de sus historias.
Por sobre todo soy portador de la mecánica, feliz al final, con que se contaban a sí mismos esas historias.
Escuchar las historias
Así como para saber escribir es necesario saber leer; para contar o contarse historias es necesario saber escucharlas.
Voy a transcribir fragmentos del libro “El Hablador”( Mario Vargas Llosa 1987 editorial Seix Barral),
para no lastimar los ojos del lector en demasía con mis palabras toscas , y no solo por lo bello en compartir mismo;
sino también para ejemplificar con mi interpretación de los pensamientos del autor en los que considero coincidir.
"Más bien, me pongo a escuchar. Y aprendo. Escucho con atención, como él hacía.
Con cuidado, con respeto, escuchando. Luego de un tiempo la tierra se suelta a hablar.
Igual que en la mareada se suelta la lengua de todos y de todas. Las cosas que uno menos creería,
hablan. Ahí están: hablando. Los huesos, las espinas. Los guijarros, los bejucos. Las matitas y las hojas
que están brotando. El alacrán. La fila de hormigas que arrastra el moscardón al hormiguero.
La mariposa con arcoiris en las alas. El picaflor. Habla el ratón trepado en la rama y hablan
los círculos del agua. Quietecito, tumbado, con los ojos sin abrir, el hablador está escuchando".
El hablador (Capítulo 5, p.52)
En este fragmento, un seripigari (“Brujo bueno”) que vive rodeado de luciérnagas le explica al hablador cómo aprendió
a escucharlas. A partir de entonces, él comienza a prestar atención y descubre que todos los seres de la naturaleza y
los objetos "hablan", todos tienen algo que contar. La capacidad de escucharlos se relaciona con la sabiduría.
Por eso el hablador dice que, para encontrar su destino, primero tuvo que ser un "escuchador" (p.82).
Por tanto sugiero meditar y también analizar, para luego concluir si somos buenos “escuchadores”
y si lo son las personas a las que guiamos, sean estos nuestros hijos, subordinados, hermanos o padres o jefes, o clientes. Porque si esto no es así, dudo que haya manera alguna de estar caminando todos con los sentidos bien atentos en nuestras vidas,
procesos de trabajo, educación, desafíos y hasta en los momentos de ocio.
Intentar forzar e imponer
Otro fragmento del libro reza:
"Y, además, tienen un conocimiento profundo y sutil de cosas que nosotros hemos olvidado. La relación del hombre y la naturaleza, por ejemplo. El hombre y el árbol, el hombre y el pájaro, el hombre y el río, el hombre y la tierra, el hombre y el cielo. El hombre y Dios, también. Esa armonía que existe entre ellos y esas cosas nosotros ni sabemos lo que es, pues la hemos roto para siempre". Saúl Zuratas (Capítulo 4, p.40)
Con estas palabras, este tal Saúl, quiere demostrarle al narrador que no es justo llamar "bárbaras" ni "atrasadas" a las tribus amazónicas (personificadas en este libro como un pueblo del Perú llamado machiguengas). Sus costumbres y creencias son las que les permiten vivir en armonía con su entorno. Cuando el hombre llamado "civilizado" interfiere en la cultura de estas tribus con el propósito de modernizarlas, termina por destruirlas. Esto es, según Saúl, lo que sucede por ejemplo con el trabajo del Instituto Lingüístico, cuando intentan reemplazar a los dioses de los machiguengas por un Dios abstracto, "que a ellos no les sirve para nada en su vida diaria" (p.40). Para mí, forzar a sentir, a escuchar, a ver como uno es conducirnos a todos al total fracaso, es sencillamente ingresar en un juego de poder absurdo y desgastante, axiomático, que a la postre nos conducirá infelices, solos y agotados a nuestra postrera morada. O peor aún, sin haber vivido y dejado vivir. A mí apreciar, podemos liderar de esta manera en una situación de emergencia, durante un incendio, un evento, un accidente, pero lejos es la manera cotidiana más conveniente y cotidiana para todos.
Las diferentes maneras
Hay quienes ven la vida como una guerra, dónde hay bandos, o gente buena y gente mala.
Hay otros que lo ven como un deporte dónde hay diferentes equipos, a los que se debe ganar.
Hay otras que sienten que la vida es como una carrera, una competencia en la que vamos avanzando
hacia nuestras metas y que hay personas que van más adelante o más rezagados, y que hay ganadores y perdedores.
En todas estas maneras, sin importar de cómo veamos la vida, esta son al final historias.
Todo parte de las historias que nos contamos, quiénes somos, qué hacemos, qué dejamos cuando ya no estamos.
La manera en que nos interpretamos,
cómo vemos los hechos, cómo vemos a los demás, a nuestros seres queridos.
Ver la vida como una guerra, como un deporte o como una carrera, o como sea que la veamos nos va a condicionar
siempre a ciertos éxitos y a otros ciertos fracasos inevitablemente, desde cada cierto punto de vista.
Considero que no debemos ser condicionados ni condicionar a nadie en cómo se cuenta sus historias;
porque esto es antinatural y autoritario. Y si nosotros intentamos forzar a otros a cómo deben contarse sus propias historias;
el desgaste mutuo será tal que no tendrá sentido siquiera vivirlas.
Además, ¿estamos dispuestos a lidiar con la culpa de hacer obrar a los demás según nuestras ajenas maneras? Esta es
y será para nuestra consciencia,
una muy pesada carga para siempre. En esas artes tengo la suerte de no haber caído jamás.
Por otro lado, sí he caído en otras maneras que hoy considero incorrectas. Las veces que me he contado mis historias
como si fuese una carrera que había que ganar me sirvió para poseer éxito material,
tener cosas, viajar más lejos, vestirme con prendas más costosas.
Pero cuándo más obsesionado he estado en cumplir esos objetivos es cuándo más infeliz he sido.
Con esto no pretendo establecer que buscar cumplir objetivos y llegar a las metas sea algo malo; en ocasiones
vale la pena hacer grandes sacrificios para obtener resultados que consideremos valiosos.
Pero para mí, no es lo que hacemos, sino las historias que motivan lo que hacemos lo que cuenta.
Por tanto propongo enseñar y enseñarnos a contar historias. A contarlas de tal manera que nos ayuden a salir adelante
en vez de limitarnos y limitar a los demás. De esta manera podemos resultar más hospitalarios antes que tolerantes con
aquellos que tienen metas y objetivos distintos; porque ninguna de nuestras historias explica por completo la realidad,
la que es infinitamente más compleja que la más completa y compleja de nuestras historias.
Esto último nos convierte directamente en seres humildes y respetuosos, capaces de aceptar
nuestro lugar en el mundo y en la vida misma.
Las mejores historias serán las que buscarán acercarse lo más posible a esa realidad.
Conclusión
Imagen: Todos los derechos reservados a NBC y The Office
En lo personal prefiero no ver la vida dividida entre ganadores y perdedores.
Si no prefiero contarme aquella historia donde no existen los enemigos, no hay gente buena ni mala,
no soy superior o inferior a nadie. Contarme la historia donde la vida misma es el objetivo y el camino al mismo tiempo.
Experimentar y apreciar todo lo que pueda. También prefiero no pretender que la gente vea la vida o sus historias como yo las veo.
Si no que aprendan a contarse sus propias historias de manera que logren experimentar,
apreciar y acompañar de manera consciente e inconsciente, y que transmitan eso.
Por lo tanto para que nuestra vida laboral y personal funcione, debemos ser y enseñar a ser “escuchadores” de historias,
“habladores” de historias para nosotros y para los demás; y a seleccionar nuestros actos y personas en función a esto mismo, sin forzar.
Personas que quieran y puedan escuchar; y narrarse la más interesante y bella historia que encaje con todas las otras.
Por último comparto una breve historia:
"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende".
"El Mundo", Eduardo Galeano,
de “El libro de los abrazos”, 2003 Siglo XXI Editores